miércoles, 15 de mayo de 2013

Proyecto Génesis. Capítulo Tercero.


Saludos a los lectores. Este relato forma parte de una historia en conjunto, de una sucesión de relatos ordenados, con el mismo protagonista, que estamos alumbrando el presente escriba y unos buenos compañeros. La idea sido bautizada como Proyecto Génesis, por ser el primero que desempeñamos juntos. Pueden ver la primera entrega en los Mundos en Creación , seguida de la segunda en El Zoberao . 

Sin más, buen provecho.

---x---

“Es innegable, joven humano, que hay poderes que excederán a tu comprensión. Hay potencias que rigen los universos, para quienes lo que entiendes por dios no es más que un lugarteniente. Está en tus manos ser una leyenda en todos los mundos, o no vivir para grabar tu nombre en las estrellas. Adelante.”

Como un ahogado al que se le insufla un poderoso y último hálito de vida, despierto sobresaltado. No estoy en mi sofá, no estoy en mi piso. Es una celda, solo paredes de piedra; suelo y techo de madera. Arriba, en la pared opuesta a la de la puerta, un ventanuco alto por el que entra algo de luz. El único mueble, mi cama, hecha con tablones. Llaman a una puerta, a golpes, que no es la mía. Es una puerta gruesa y pesada, reforzada con bandas de metal.

-¡Número siete! ¡¡Numero siete!! –bramaba una voz ronca al otro lado.

Desesperación. Empecé a hiperventilar. ¿Me habían secuestrado? Lo último que recuerdo es abrir esa caja. Me llevo la mano al corazón, y el susto se triplicó ¡Tenía una cicatriz! Una cicatriz, ¡¿Dorada?! ¡Justo en mi corazón! Me hierve la sangre en la cabeza. El corazón me palpita fuerte. Esto último resulta extrañamente tranquilizador.

-¡¡Se acabó, entraré yo a buscarte!!

¡¿Qué?! ¡¡Porqué!! ¡¡Quién me viene a buscar!! ¡¡Qué es esto!! Y la puerta se abre de un golpe seco ¡Quién diablos es ese! Es…es…¿eso es una persona? Tremendamente robusto y bajo, con una barba negra ridículamente larga y poblada. ¿Es un disfraz? Tiene una nariz bulbosa y rojiza, con una argolla de oro como las vacas; su piel es bronceada como la de los árabes. Viste cueros y tiene un sinfín de grilletes y llaves en el cinturón, además de un látigo enrollado. Estoy paralizado.

-¡¡Ah!! ¡¡Qué pasa aquí!! –exclamo, y me incorporo como puedo. Me doy cuenta que solo estoy vestido con una especie de pañal medieval o yo que sé.

-¡¡Es tu hora, número siete!! –y acto seguido me agarra. La presa de su enorme mano es apabullante. Me pone en pie y me arrastra. Forcejeo inútilmente.

-¡¡Yo no soy un número!! ¡¡Lo denunciaré!! ¡¡Socorro!! –grito, en vano.

Me saca de mi celda. Estamos en una especie de presidio. Efectivamente, mi celda es la número siete ¡¿Qué hago aquí?! Me cruzo con más carceleros como él. Fornidos, barbudos y muy morenos. ¡¡Dónde puñetas estoy!! Esto es de película, ¿son enanos? Estoy loco, loco perdido. Me lleva trastabillando hasta una sala repleta de cacharros ¿Armas? ¿¡Qué!? Eso es broma. La sala tiene dos entradas: la que hemos usado, y una al final de unas escaleras ascendentes.

-¡¡Venga!! ¡¡Escoge!! ¡¡No hay tiempo!! – me espeta. Entonces sí me suelta.

-¿Qué? –pregunto. Al darme la vuelta, compruebo que tras nuestra hay otros dos como él, pero armados con unas arcaicas armas de fuego: algo así como unos arcabuces, pero más pesados. Me apuntaban. Esto parece una historia de fantasía. Me va a devorar un dragón.

-¡¡No esperarás salir a la arena desnudo!! ¡¡Rápido!!

Y no sé bien por qué, pero de repente sé qué hacer. Trasteo entre las armas y armaduras. Veo artefactos que se me antojan inútiles por sus proporciones: hachas con un mango grueso como mi brazo y tan altas como yo que ni siquiera soy capaz de mover, petos de cuero ridículamente estrechos y cortos…como si fueran de otras gentes. Gentes que no son humanos. Puaj, esta espada de medianos es ridícula. ¡¿Cómo?! ¿Cómo se que esto es de un mediano? ¡¿Qué es un mediano?! Da igual. He encontrado una armadura de cuero ligera que me es útil. Ningún casco me sirve. Había uno de buena calidad, seguramente de los enanos de Norva – Minarr, pero pesa demasiado. ¡¿Qué?! ¡¿Qué diablos he pensado?! ¡¡Qué cojones es Norva –Minarr!!

Finalmente, me hago con una rodela de metal, de unos cincuenta centímetros de diámetro. La espada es corta y ancha, pero muy manejable: es de los humanos de Karogundia. No sé porqué se esas cosas. Es como si de repente, siempre hubiera vivido en este mundo. El insidioso carcelero me saca de mi asombro. Me siento extrañamente cómodo con mi nuevo aspecto.

-¡¡Bien!! Espada y escudo, ¿no quieres arriesgarte, mhm? Aunque al público le encanta cuando los contendientes tienen un aspecto más exótico. En fin, ¡andando!

¡¿Soy una especie de gladiador?! Me doy cuenta de que, aunque todo esto parezca una locura, no he intentado realmente huir, suplicar o llorar. Noto un candor en el corazón, un ritmo tranquilizador. Cierro los ojos y veo un horizonte confortable y dorado. No presento resistencia y voy tras el enano, escaleras arriba, a la otra puerta.

Llego a una especie de portal que da a una reja, y esta, a la arena. La visión, indescriptible. Violencia, aplausos, sangre, vítores, muerte y victoria. Un grotesco espectáculo de cruentas proporciones entretiene a un público vocinglero. Antes de darme cuenta, la reja se abre, me empujan al ruedo, y se cierra tras de mí, todo con un crujir de engranajes rechinante y atronador ¡Ojalá pudiera detenerme a verlo todo!

Cuatro medianos (mi cerebro es bombardeado por conocimientos ajenos a mí), gentes ridículamente rechonchas y bajitas, pretenden acorralar con sus tridentes a un gigantesco simio de morro alargado y colmilludo, de piel zaína y de cuya garganta no paran de brotar gañidos ensordecedores. Observo cómo dos trasgos de brazos largos y robustos con cuerpo encorvado, vestidos de colores llamativos, apuñalan con sus largas dagas a un hombre alto, rubio y corpulento que yace boca abajo, con la barba sucia de sangre y arena. A golpe de vista vislumbro más cuerpos, inertes o agonizantes, en el suelo. Pero no me dio tiempo.

Inconscientemente, me giro a la izquierda y alzo mi escudo para defenderme de un golpe. Un hombre delgado, moreno de piel, cabello y barba, ataviado con túnica y turbante púrpuras, al que identifiqué como un jiferino (en mi mundo, bueno, el mundo real, habría pasado por un disfraz de árabe) me intenta asestar un golpe con la cimitarra que esgrime con la diestra. ¡Ah! ¡El golpe en el escudo se siente en el brazo! ¡En las películas parecía más sencillo!

No sé cómo ni por qué, pero de repente, mi espada es una prolongación de mi brazo. Y sé usarla. Chocamos aceros, repelo ataques con el escudo e incluso hago una finta. Lo pillo distraído ¡Desgraciado! Acierto en su muslo izquierdo, renquea a un lado. Es ducho con su arma. De retorno, me da un tajo en la coraza; no sé si me la ha atravesado, ahora mismo no siento dolor, solo una poderosa energía interior y el corazón ardiendo. Expongo mi torso, cae en la trampa, doy un giro y le amputo la mano de la espada. Aplausos. No dejo que caiga de frente, le asesto una patada en el estómago y cae de espaldas. Algo dice, ¿reza? ¡Muere! ¡Sus labios besan mi espada, le parto la lengua en dos y la sangre brota! ¡¡He vencido!!  ¡Vítores! ¡He vencido! Estoy sudando. ¡He matado a alguien! ¡¿Qué?! ¡He matado a alguien! ¡¡Soy un asesino!! Desde que he entrado a combatir no he abierto la boca salvo para acompañar mis golpes y sufrimientos con un grito. La gente pide más.

¡No tengo tiempo! Los trasgos vienen a por mí. Uno cojea, ¡El otro corre! Parece un payaso avernal, con esa nariz y orejas puntiagudas, sumado a la estrafalaria vestimenta. Trata de acuchillarme ¡Lo esquivo! Es rapidísimo ¡Ah! Le golpeo con el escudo, cae de espaldas, pero da una voltereta y se recompone ¡Carga y me agarra la rodela! Le acuchillo en el…¡Dolor! ¡Me ha dado un tajo en la frente! ¡Muere, bastardo, muere! ¡La sangre me taba el ojo izquierdo! Cada vez me cuesta más respirar. No lo remato. Una corriente de dolor lacerante me atraviesa el lomo: me han apuñalado, aunque la armadura me ha salvado de unos centímetros asesinos, seguro ¡El patán cojo se me ha acercado por detrás! ¡Toma, centella! Me giro tan rápido como mi cuerpo me lo permite y le incrusto la espada en la sien. Su cráneo se parte y cae inerte al suelo, temblando. Hago fuerza para no soltar la espada, y del retorno, cruzo desde el hombro derecho al lado izquierdo de la cadera al otro trasgo, que pretendía imitar a su difunto congénere. Cae, seco. El público enloquece. Aún no he visto nadie en el palco, ni si hay palco.

No sé quién soy. No quepo en mí. Adrenalina, nervios, pasión y terror. Quiero desaparecer pero no huir. He de luchar ¡Ahí viene! El simio al que intentaban acorralar y ensartar los medianos se ha librado de ellos (tiene el hocico y las garras llenas de sangre). Corre ágilmente. Calculo que será medio metro más alto (si se irguiese) y pesará unos cuarenta kilos más. Tiene una cola larga y peluda, rematada en un penacho; golpea el suelo como un látigo mientras corre y me grita, mostrando los incisivos. Salta sobre mí. Lo sabía, y pretendo esquivarle. Calculo mal. No me da de lleno, pero su zarpa izquierda sí. Pierdo la espada. Tarde, se ha dado la vuelta y me va a atacar. Oigo otra vez la reja subir y bajar, como cuando yo entré, pero no puedo mirar. Uso el escudo de canto, giro como un lanzador de discos y no le doy tiempo a reaccionar ¡Le he golpeado en la boca! Se le han roto los dientes de delante. Ahora no sé si chilla o llora. Aprovecho y me tiro a por mí espada.

Llego y, de repente, el monstruoso mono se desploma. Su cabeza es ahora una masa sanguinolenta. Veo descender una terrible maza de roca (muy tosca) que, por rematar, le parte las costillas. Inmóvil. Sobre el nuevo cadáver, impera una figura colosal: un ogro. Lleva poco más que un taparrabos. Musculoso, inmenso: casi me duplica en altura y a saber cuánto pesa más que yo. Su cuerpo está lleno de escarificaciones. La cara es de bruto: nariz rota, chirlo guiñándole el ojo derecho, rapado. Maneja la maza con una mano. Se ríe. Adora los aplausos. Es un artista. Viene a por mí. Valiente, cargo. Se pone serio.

Grito. Bramo. Desgañito. Espada en ristre. Se agacha un poco, gira en redondo y hace un barrido de trescientos sesenta grados con la maza. Inconscientemente, pongo el escudo. No soporto el impacto. Mi brazo cruje, el escudo se dobla y sale despedido. Doy una vuelta en el aire y caigo boca arriba ¡¿Qué?! ¡No! Me intento incorporar. Tarde. Su enorme pié, desnudo, me aplasta contra el suelo, está pisándome el pecho. Alza los brazos. El público no cabe en sí. Estamos aparentemente solos. Me dedica una sonrisa: dientes rotos y amarillos. Carcajea: grotesco. Entrelaza las manos sujetando el pesado garrote. Se relame.  ¡¡No puedo morir!! Mi corazón bombea fuerte, demasiado. Pierdo el conocimiento. No, pierdo la conciencia de mí mismo. Estoy hirviendo. ¡¡¡No voy a morir!!!

---x---

Espero haya sido una digna lectura para los presentes. Si no, ¡Al diablo! Y no pierdan de vista el Blog de Lord Matraka , donde la semana que viene aparecerá el siguiente relato.

Buen viento y buena vela.

4 comentarios:

  1. Giro total a la historia, Capitán. José Ignacio y yo apostamos más por la intriga negra, y tú lo has hecho por tu estilo, donde (no cabe duda) eres el mejor.

    El ritmo del relato es apabullante. No te da tiempo ni a respirar, lo cual hace que empatices con el personaje rápidamente. Es realmente brutal, en el mejor sentido de la palabra. No esperaba menos.

    A ver cómo resuelve Lord el viaje de nuestro protagonista desde la puerta de un museo donde encuentra una caja misteriosa, a ese mundo de violencia arenosa que has creado.

    Un saludo!

    ResponderEliminar
  2. Pensé que ponerle un recodo al torrente sería divertido. Desde luego, mis comederos de cabeza me has costado, Don Julio. Y no bromeo. Por supuesto, el final no lo escribimos nosotros. Un placer tenerte entre los habituales.

    Matraka, ¡Suerte, amigo!

    ResponderEliminar
  3. ¡Madre mía, vaya cambio! A ver cómo sigo esto... Me quedan muchas comeduras de coco, colega.

    Muy buena, Capitán. Ya sospechaba que me la ibas a liar subiendo el listón, no esperaba menos.

    ¡A ver cómo se me da continuar con las aventuras del protagonista sin nombre!

    ¡Saludos!

    ResponderEliminar
  4. Mi enhorabuena por el relato Capitán.

    Me ha gustado bastante el ritmo que le ha dado a los combates, incluso me veía a mi mismo siendo apuñalado por esos malditos trasgos y siendo atrapado por tal brutalidad de criatura en la parte final.

    ¡Suerte con la historia conjunta a los tres escritores!

    Aprovecho para comentar que ando a la espera de relatos del nuevo mundo, donde este pobre protagonista ha caído para su desgracia.

    Un saludo!

    ResponderEliminar