Últimamente he
visto estimulado mi interés en aspectos de hoplología (el estudio de las armas),
ya sea por lo que haya podido ir filtrando de mis avances en la universidad o
por lo que me haya encontrado indagando en libros, internet y demás. No
pretendo hacer un artículo de rigor. Simplemente, basándome en información
historiográfica, voy a comentar un aspecto que me llama mucho la atención
dentro de la historia bélica: las armas de perforación frente a las
contundentes y de corte.
Esto pretende
explicar la idea que mantengo sobre que las civilizaciones más avanzadas se
caracterizaban por emplear un armamento dedicado a la perforación y la
estocada, producto de un entrenamiento riguroso, frente a pueblos menos
especializados y más primitivos que preferían el empleo de armas contundentes y
toscas (como las hachas) que se basaban en una mera condición física y el
arrojo en la batalla.
Todas las
culturas se remontan a otras anteriores, habiendo sido fruto de una adaptación
evolutiva y aglutinamiento de aspectos tomados de culturas adyacentes, de tal
manera que si se quiere hacer una observación comparativa hay que remontarse a
los primeros choques entre civilizaciones, consiguiendo así que se repitan las
mínimas características posibles entre unos y otros. Yo me centraré en las
legiones romanas y las hordas celtas.
Conocemos como
celtas, fundamentalmente, a todos los pueblos europeos que limitaban con el
imperio romano. No piensen en germanos, estos estaban detrás de los celtas, más
al norte. Así pues, los romanos se enfrentaron a los celtas desde que
comenzaron su política expansionista. Me voy a centrar en los de la Europa
Occidental, los galos.
No hay que descartar
que algunos celtas se hicieran mercenarios. El famoso Viriato, por ejemplo,
tenía el fundamental interés de llegar al mediterráneo para ser contratado por
los ricos cartagineses. Así pues, por diplomacia o dinero, hubo de haber celtas
que cooperaran con los romanos. La mayoría, claro, se mostró indomable y escogió el camino de
las armas. Ahí voy yo.
En el combate,
los celtas se presentaban con un aspecto feroz. Sus protecciones eran casi
inexistentes: cinturones de cuero grueso, algún brazal…aunque los capacetes y
cascos simples no eran tan raros de ver, ya fuera de cuero o metal.
Predominaban las armas ofensivas: clavas, hachas, lanzas… y en lo tocante a
proyectiles habría hondas y algún arco. Por supuesto usaban escudos: unos
ovalados y estrechos, cubiertos con piel, decorados y con un umbo central.
Claro que los mejores empleaban espadas. Ya me voy acercando.
Las espadas
celtas eran de relativo gran tamaño: las de última generación podían alcanzar
tranquilamente los 90 cm, con una hoja de filos paralelos y un ancho de 4 cm
prácticamente en todo el recorrido salvo por la punta, de carácter ojival. La
empuñadura se componía de un mango ligeramente aplanado; el pomo y la guarda
solían tener el mismo diseño y un valor ornamental que salta a la vista.
Por otro lado,
tenemos al legionario romano. No hace falta hablar de tácticas y entrenamientos
para observar su supremacía en el campo de batalla. El armamento de las
legiones romanas se puede resumir en una palabra: perforación. Obviando las
largas spathas de los equites, todo
se reducía a flechas, pilums, lanceas, spiculum…en definitiva, armas de punta
con carácter arrojadizo (salvo la lancea) que permitían su uso en carácter
defensivo (evidentemente, nadie se defendía con una flecha en la mano, no me
sean puntillosos). Por supuesto, lo mejor para el final: el gladius y el
scutum. Irremisiblemente, esto posee un cierto carácter celta que viene de muy
atrás. Porque los romanos inventaron poco, pero lo remodelaron y optimizaron
casi todo. Al grano.
El scutum es un
escudo de gran tamaño, que por esta época (s. III – I a.C.) era prácticamente
más ovalado que rectangular. Poseía una cierta curvatura horizontal y en el
centro destacaba un umbo de bronce para sujetarlo. Estaban forrados en cuero y
normalmente adornados con alguna figura o símbolo característico de la legión
en concreto. Un detalle importante eran los bordes reforzados en bronce, que
otorgaban una consistencia superior. Sumado a los cascos de bronce y las
lorigas de cota de malla, tenemos un soldado (no guerrero) realmente bien
protegido.
Y el quid de la
cuestión: el gladius. Unos cincuenta centímetros de acero terminado en una
aguzada punta y una forma de huso en el centro. La espada podía tener un ancho
de entre 5’4 – 7’4 cm en la salida del pomo, con un leve estrechamiento en el
recorrido, hasta llegar a los 4’6 – 6 cm de justo antes de la punta que nacía
desde un estrechamiento de 2 cm. Pomo y guarda eran de madera, tendiendo a un
aspecto redondeado. Resulta muy interesante el mango: las del tipo Pompeya (s.
I d.C) incluyen cuatro surcos en el mango, resultando un diseño ergonómico
extremadamente útil.
Así pues
tenemos ya las dos piezas del rompecabezas. La espada larga, de mayor peso y
peor factura de los celtas, frente a la punzante y manejable gladius romana. Y
de estas se puede deducir todo lo anterior. Las espadas celtas denotan una
táctica basada en el número de individuos y el arrojo de los mismos, pues las
dimensiones de sus espadas y su condición de contundencia y corte preeminente
frente al concepto de estocada revelan una formación guerrera en vez de militar.
Además revelan la importancia en su cultura de los héroes guerreros con la
observación de los detalles de sus guardas, que aunque siguen patrones
similares queda claro que cada guerrero se costeaba la más llamativa que
pudiese.
Y lo anterior,
frente a la preferencia romana por lo práctico. La función tan especializada de
sus espadas es signo inequívoco del uso de tácticas favorables a la misma. Sus
relativamente reducidas proporciones están contrapuestas a la de las espadas
celtas, dando más valor a la técnica marcial que a la pericia guerrera. Sus
pomos y guardas de madera son el máximo exponente de la funcionalidad frente a
la estética.
Se puede decir
así que las espadas celtas operan en un radio, basándose en su tamaño para
abarcar en un barrido al enemigo, golpeándolo con más o menos tino, mientras
que las gladius estocan en un punto concreto seleccionado, como la axila, la
ingle o el cuello.
Concluiré con
una frase del refranero popular: “Más vale maña que fuerza”.
IMÁGENES DE INTERÉS
Excelente representación de un legionario romano en los siglos a.C. en actitud de lanzar un "pilum".
Ejemplo de guerreros celtas armados con sus largas espadas: pese a los escudos largos, obran de manera furibunda y arrojada.
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