domingo, 24 de febrero de 2013

Barridos y estocadas


Últimamente he visto estimulado mi interés en aspectos de hoplología (el estudio de las armas), ya sea por lo que haya podido ir filtrando de mis avances en la universidad o por lo que me haya encontrado indagando en libros, internet y demás. No pretendo hacer un artículo de rigor. Simplemente, basándome en información historiográfica, voy a comentar un aspecto que me llama mucho la atención dentro de la historia bélica: las armas de perforación frente a las contundentes y de corte.

Esto pretende explicar la idea que mantengo sobre que las civilizaciones más avanzadas se caracterizaban por emplear un armamento dedicado a la perforación y la estocada, producto de un entrenamiento riguroso, frente a pueblos menos especializados y más primitivos que preferían el empleo de armas contundentes y toscas (como las hachas) que se basaban en una mera condición física y el arrojo en la batalla.

Todas las culturas se remontan a otras anteriores, habiendo sido fruto de una adaptación evolutiva y aglutinamiento de aspectos tomados de culturas adyacentes, de tal manera que si se quiere hacer una observación comparativa hay que remontarse a los primeros choques entre civilizaciones, consiguiendo así que se repitan las mínimas características posibles entre unos y otros. Yo me centraré en las legiones romanas y las hordas celtas.

Conocemos como celtas, fundamentalmente, a todos los pueblos europeos que limitaban con el imperio romano. No piensen en germanos, estos estaban detrás de los celtas, más al norte. Así pues, los romanos se enfrentaron a los celtas desde que comenzaron su política expansionista. Me voy a centrar en los de la Europa Occidental, los galos.

No hay que descartar que algunos celtas se hicieran mercenarios. El famoso Viriato, por ejemplo, tenía el fundamental interés de llegar al mediterráneo para ser contratado por los ricos cartagineses. Así pues, por diplomacia o dinero, hubo de haber celtas que cooperaran con los romanos. La mayoría, claro,  se mostró indomable y escogió el camino de las armas. Ahí voy yo.

En el combate, los celtas se presentaban con un aspecto feroz. Sus protecciones eran casi inexistentes: cinturones de cuero grueso, algún brazal…aunque los capacetes y cascos simples no eran tan raros de ver, ya fuera de cuero o metal. Predominaban las armas ofensivas: clavas, hachas, lanzas… y en lo tocante a proyectiles habría hondas y algún arco. Por supuesto usaban escudos: unos ovalados y estrechos, cubiertos con piel, decorados y con un umbo central. Claro que los mejores empleaban espadas. Ya me voy acercando.

Las espadas celtas eran de relativo gran tamaño: las de última generación podían alcanzar tranquilamente los 90 cm, con una hoja de filos paralelos y un ancho de 4 cm prácticamente en todo el recorrido salvo por la punta, de carácter ojival. La empuñadura se componía de un mango ligeramente aplanado; el pomo y la guarda solían tener el mismo diseño y un valor ornamental que salta a la vista.

Por otro lado, tenemos al legionario romano. No hace falta hablar de tácticas y entrenamientos para observar su supremacía en el campo de batalla. El armamento de las legiones romanas se puede resumir en una palabra: perforación. Obviando las largas spathas de los equites, todo se reducía a flechas, pilums, lanceas, spiculum…en definitiva, armas de punta con carácter arrojadizo (salvo la lancea) que permitían su uso en carácter defensivo (evidentemente, nadie se defendía con una flecha en la mano, no me sean puntillosos). Por supuesto, lo mejor para el final: el gladius y el scutum. Irremisiblemente, esto posee un cierto carácter celta que viene de muy atrás. Porque los romanos inventaron poco, pero lo remodelaron y optimizaron casi todo. Al grano.

El scutum es un escudo de gran tamaño, que por esta época (s. III – I a.C.) era prácticamente más ovalado que rectangular. Poseía una cierta curvatura horizontal y en el centro destacaba un umbo de bronce para sujetarlo. Estaban forrados en cuero y normalmente adornados con alguna figura o símbolo característico de la legión en concreto. Un detalle importante eran los bordes reforzados en bronce, que otorgaban una consistencia superior. Sumado a los cascos de bronce y las lorigas de cota de malla, tenemos un soldado (no guerrero) realmente bien protegido.

Y el quid de la cuestión: el gladius. Unos cincuenta centímetros de acero terminado en una aguzada punta y una forma de huso en el centro. La espada podía tener un ancho de entre 5’4 – 7’4 cm en la salida del pomo, con un leve estrechamiento en el recorrido, hasta llegar a los 4’6 – 6 cm de justo antes de la punta que nacía desde un estrechamiento de 2 cm. Pomo y guarda eran de madera, tendiendo a un aspecto redondeado. Resulta muy interesante el mango: las del tipo Pompeya (s. I d.C) incluyen cuatro surcos en el mango, resultando un diseño ergonómico extremadamente útil.

Así pues tenemos ya las dos piezas del rompecabezas. La espada larga, de mayor peso y peor factura de los celtas, frente a la punzante y manejable gladius romana. Y de estas se puede deducir todo lo anterior. Las espadas celtas denotan una táctica basada en el número de individuos y el arrojo de los mismos, pues las dimensiones de sus espadas y su condición de contundencia y corte preeminente frente al concepto de estocada revelan una formación guerrera en vez de militar. Además revelan la importancia en su cultura de los héroes guerreros con la observación de los detalles de sus guardas, que aunque siguen patrones similares queda claro que cada guerrero se costeaba la más llamativa que pudiese.
Y lo anterior, frente a la preferencia romana por lo práctico. La función tan especializada de sus espadas es signo inequívoco del uso de tácticas favorables a la misma. Sus relativamente reducidas proporciones están contrapuestas a la de las espadas celtas, dando más valor a la técnica marcial que a la pericia guerrera. Sus pomos y guardas de madera son el máximo exponente de la funcionalidad frente a la estética.

Se puede decir así que las espadas celtas operan en un radio, basándose en su tamaño para abarcar en un barrido al enemigo, golpeándolo con más o menos tino, mientras que las gladius estocan en un punto concreto seleccionado, como la axila, la ingle o el cuello.

Concluiré con una frase del refranero popular: “Más vale maña que fuerza”.

IMÁGENES DE INTERÉS

Excelente representación de un legionario romano en los siglos a.C. en actitud de lanzar un "pilum".


Ejemplo de guerreros celtas armados con sus largas espadas: pese a los escudos largos, obran de manera furibunda y arrojada.


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