martes, 26 de febrero de 2013

Maldita raza


-Bienvenido, Espartero, es un placer poder entrevistar a alguien como usted.

-¡Para nada! El placer es mío, créame. –dijo el toro bravo.

-Bueno, comencemos, si no le importa.

-Claro, pregunte sin pudor. Solo pido cierta rapidez, ya mismo vienen a recogerme los del albergue.

-Descuide. Bueno, empecemos por el principio. Cuénteme sobre su infancia.

-Bueno, creo recordar bien mis tiempos de ternerito. Nací, claro, bajo el manto de una ganadería. Una dehesa como otra cualquiera. El invierno era templado, y aunque el verano apretaba, siempre había una sombra fresca bajo una encina.

-¿Qué tal su familia? Si me permite la pregunta.

-Por supuesto. Pues mi madre muy cariñosa, claro. A mi padre no lo vi. Bueno, realmente, a mi madre tampoco demasiado. Siempre traté más con los mayorales. En cuanto crecí un poco, me fueron apartando. Siempre con otros terneros de mi tamaño.

-Ahá. ¿Y qué tal el asunto profesional?

-Uff, qué te voy a contar que no sepas. Funesto, funesto.

-¿Para tanto?

-Y más. Seleccionan a los más bravos, como yo. Si no al matadero. Y luego, en el ruedo…una atrocidad. ¿Cómo una raza como la de los hombres, que se proclama la más avanzada, puede ver divertimento en el vil asesinato de un animal?

-Es un misterio.

-Es un crimen. Los rejoneadores, con las malditas garrochas para sangrarte. Y las banderillas, “banderillas”. Son malditos arpones. ¿Sería usted capaz de defenderse con dos flechas clavadas en la espalda?

-No lo creo, ¿tanto se sufre?

-¡Y más! Luego tienes que enfrentarte a uno de esos matarifes, los toreros. Te marea y te marea. De vez en cuando se hace justicia y le das una cornada a uno. Me contaban que antaño, si hacías eso, te cosían a tiros. Al final, cuando estás tan exhausto como para dejar de luchar por tu vida, te clavan la espada.

-Y fin.

-¡Si hay suerte! Cuántos de esos criminales han errado el golpe y han hecho al toro caer desfallecido, con los cuatro palmos de metal dentro.

-Pero, entonces, ¿cómo se explica que esté usted vivo?

-Soy uno de esos raros casos de indulto.

-Ahá…Bueno, por fortuna, se prohibió el toreo.

-¡Una desgracia!

-¿¡Cómo!?

-Sí, sí. Suena como si estuviera loco.

-Se lo puedo asegurar.

-Compréndame. Mi raza es el producto de una selección artificial destinada a producir ejemplares bravos y violentos. Porque no tenemos un especial interés alimenticio, hay otras razas para eso. Dígame, ¿de qué servimos nosotros ahora? Las dehesas están vacías. Bueno, salvo por el ganado para carne.

-No sé, son ustedes animales realmente hermosos.

-¿Y? De eso no se come. Ya no somos rentables. Fuimos diseñados para resistir y sufrir, para apretar los dientes y vender caro el pellejo.

-Tiene usted un crudo punto de vista.

-El que hay. El que hay.

-Para concluir, ¿cómo resumiría usted todo lo dicho?

-Simple: Mi raza está maldita. Ideados para morir luchando, rescatados para desaparecer.

-Vaya. Bueno, eso es todo. Muchas gracias.

-A usted. Adiós.

2 comentarios:

  1. ¡Gracias! Era una idea que llevaba tiempo dándome vueltas en la cabeza, y me pareció oportuno compartirla.

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