-Bienvenido, Espartero, es un placer poder entrevistar
a alguien como usted.
-¡Para nada! El
placer es mío, créame. –dijo el toro bravo.
-Bueno, comencemos, si no le importa.
-Claro, pregunte
sin pudor. Solo pido cierta rapidez, ya mismo vienen a recogerme los del
albergue.
-Descuide. Bueno, empecemos por el
principio. Cuénteme sobre su infancia.
-Bueno, creo
recordar bien mis tiempos de ternerito. Nací, claro, bajo el manto de una
ganadería. Una dehesa como otra cualquiera. El invierno era templado, y aunque
el verano apretaba, siempre había una sombra fresca bajo una encina.
-¿Qué tal su familia? Si me permite la
pregunta.
-Por supuesto.
Pues mi madre muy cariñosa, claro. A mi padre no lo vi. Bueno, realmente, a mi
madre tampoco demasiado. Siempre traté más con los mayorales. En cuanto crecí
un poco, me fueron apartando. Siempre con otros terneros de mi tamaño.
-Ahá. ¿Y qué tal el asunto profesional?
-Uff, qué te
voy a contar que no sepas. Funesto, funesto.
-¿Para tanto?
-Y más.
Seleccionan a los más bravos, como yo. Si no al matadero. Y luego, en el ruedo…una
atrocidad. ¿Cómo una raza como la de los hombres, que se proclama la más
avanzada, puede ver divertimento en el vil asesinato de un animal?
-Es un misterio.
-Es un crimen.
Los rejoneadores, con las malditas garrochas para sangrarte. Y las banderillas,
“banderillas”. Son malditos arpones. ¿Sería usted capaz de defenderse con dos
flechas clavadas en la espalda?
-No lo creo, ¿tanto se sufre?
-¡Y más! Luego tienes
que enfrentarte a uno de esos matarifes, los toreros. Te marea y te marea. De
vez en cuando se hace justicia y le das una cornada a uno. Me contaban que
antaño, si hacías eso, te cosían a tiros. Al final, cuando estás tan exhausto
como para dejar de luchar por tu vida, te clavan la espada.
-Y fin.
-¡Si hay
suerte! Cuántos de esos criminales han errado el golpe y han hecho al toro caer
desfallecido, con los cuatro palmos de metal dentro.
-Pero, entonces, ¿cómo se explica que esté
usted vivo?
-Soy uno de
esos raros casos de indulto.
-Ahá…Bueno, por fortuna, se prohibió el
toreo.
-¡Una
desgracia!
-¿¡Cómo!?
-Sí, sí. Suena
como si estuviera loco.
-Se lo puedo asegurar.
-Compréndame.
Mi raza es el producto de una selección artificial destinada a producir
ejemplares bravos y violentos. Porque no tenemos un especial interés
alimenticio, hay otras razas para eso. Dígame, ¿de qué servimos nosotros ahora?
Las dehesas están vacías. Bueno, salvo por el ganado para carne.
-No sé, son ustedes animales realmente
hermosos.
-¿Y? De eso no
se come. Ya no somos rentables. Fuimos diseñados para resistir y sufrir, para
apretar los dientes y vender caro el pellejo.
-Tiene usted un crudo punto de vista.
-El que hay. El
que hay.
-Para concluir, ¿cómo resumiría usted todo
lo dicho?
-Simple: Mi
raza está maldita. Ideados para morir luchando, rescatados para desaparecer.
-Vaya. Bueno, eso es todo. Muchas gracias.
-A usted.
Adiós.
GRANDE, MUY GRANDE.
ResponderEliminar¡Gracias! Era una idea que llevaba tiempo dándome vueltas en la cabeza, y me pareció oportuno compartirla.
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