martes, 17 de julio de 2012

Correo Corredor


Chop, plut, blop. Un par de ligeras botas chapoteaban al hundirse en los charcos de cieno y agua del pantano. Era un mediano. Bajito, rechoncho, ataviado de pardo salvo por el llamativo chalequillo de verde esmeralda, y cubierto con una capa de lana con capucha que tal vez hace años fuese verde también. De su costado pendía un zurrón remendado y con un bordado en plata de dos C enlazadas, símbolo mediano para los mensajeros.

-¡Ay ay ay!-chilló el mofletudo mediano mientras daba un salto a la carrera. Una serpiente se arrojó desde un arbusto al interior de una poza-¡Válgame Fit patrón de los ladrones!-gimoteó mientras se escabullía correteando por entre dos rocas con la marcha acelerada.

Si por algo es conocido el Pantano Azufroso es por devorar a todos los incautos que ponen un pie en sus malolientes y húmedas tierras. Desde luego dista mucho de las Colinas Esmeralda, tierra de medianos, al otro lado del Gran Barranco del Río Miknas. Este lugar es sombrío y tóxico desde tiempos inmemoriales, tanto que sólo algún Dragón se ha atrevido a vivir en él. Aunque tal vez alguien más deba vivir aquí, para atraer a un mensajero tan peculiar. Y menos, al anochecer.

-¡Arg, como hiede aquí!-decía el mediano mientras se aferraba contra la cara un pañuelo preparado con hojas de lavanda-¡Después de esto espero que me paguen con oro!-exclamaba para sí, exigente-¡O con vin…Uuua!

De repente dejó de haber tierra (o barro) bajo sus pies y cayó de bruces un par de metros sobre lo que de entrada le pareció un montón de lodo cálido. Era una pila de excrementos. Se recompuso lo mejor posible, mientras se maldecía a sí mismo y a ese condenado lugar sin sol, brisa ni pastelitos de grosellas. Todo el enfado se le bajó a los calzones cuando vio delante a cuatro figuras algo más altas que él, pero mucho más gordas y abultadas (algo encomiable) y que respiraban como fuelles rotos y despedían hedor a carne pútrida y sudor agrio.

-¡Atrás, soy un Correo Corredor y he de entregar un mensaje!-dicho esto, desenvainó un cuchillo ancho y chato, más apropiado para filetear un rico lomo de buey que las orejas de un enemigo fiero.

Las cuatro criaturas, en la penumbra rieron, o eso creyó entender él. Pronto reconoció sus narices abultadas y deformes como un tubérculo a medio masticar, además de unos ojos pequeños y maliciosos en contraposición a su boca de sapo con filas de dientes superpuestas. Un escalofrío le recorrió el espinazo, dejando caer el cuchillo. Leprekroms. Las criaturas más sucias, hediondas, hambrientas y despreciables de todo Idnagar. Se dice que con un par de docenas se podría convertir toda una Granja-Clan de los medianos en una montaña de excrementos en cuestión de tres jornadas.

Antes de razonar qué era ese líquido caliente que le bajaba por la pierna, la cabeza de una de las criaturas estalló, dejando caer (o rodar) al cuerpo como si fuese víctima de una apoplejía espontánea, y salpicando sangre y sesos. Las tres criaturas restantes tardaron en percatarse y miraban aún con la sonrisa deformada por sus bocas a su compañero inmóvil, cando al segundo un gran mazo de roca le atizó de retorno en su cara, hundiéndola con un sonido de crujido y chapoteo. Intentaron blandir dos toscas hachuelas de piedra contra su atacante. La imagen del agresor quedó gravada en las retinas del mediano para toda su vida: Un enano, vestido con el cuero de alguna criatura escamosa de tonos verdosos y pardos, con su melena y barba negras como la obsidiana revueltas por el movimiento.

Poco más vio antes de que maniobrara con su mazo, partiendo en mil esquirlas la hoja de un hacha y tras esta hendir el pecho de su dueño, cuando el arma del restante oponente rebotó contra su hombro guarnecido por esa misteriosa piel. Con una mano rápidamente sujetó el hacha por el asta, he hizo descender su mazo en diagonal contra la rodilla del leprekrom. El ominoso pariente de los trasgos calló gimoteando, croando como un sapo en una prensa, cuando el enano alzó el arma lentamente sobre su cabeza, y la dejó caer a peso sobre el esternón del oponente vencido. Dos veces. Una por desquite.

Erguido, dirigió sus ojos de fulgor ámbar hacia el mediano, como si por un momento, al verlo cubierto en porquería y con la cara descompuesta, pensara en reducirlo a una quejumbrosa masa informe de huesos rotos, con el borbotear y desinflar de cuatro cuerpos que pasarían por defenestrados desde la más alta torre jamás vista. El mediano fue más rápido:

-¡Quévelin, mensajero!