sábado, 20 de julio de 2013

Versos de Patán. I

     No soy yo docto en líricos, ni siquiera frecuento estrofas. No obstante, oigan, alguna vez ha de tropezar uno. Así que, sin remedio ya, el presente escriba ha tenido que meter la mano en las rimas. Espero disfruten. Si el resultado ensucia más que pule, ¡pues al diablo!

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Criatura villana


Zúrreme la mala suerte
amén ríase el universo,
mas aquesto vea la muerte
con el mío primer verso:

 Que Dios observe esta verdad
así como el viejo Satán;
por ser criatura en libertad
el animal que soy, un Patán.

Porque vil y perezoso
hago presa de las mieles,
más que si fuera gran oso,
pues de ingenio visto pieles.

Seré comadreja, zorro,
conde y regia alimaña:
por broquel mi luengo morro
y de estoque, la maña.

Así que aprendan, gañanes,
que con sueño y sin pena,
mas  sí hecho a desmanes
se tiene vida muy llena.

miércoles, 17 de julio de 2013

Asesino de todos los metales

“Los más terribles bastiones caen cuando la puerta se abre desde dentro”. No importa el físico, desde un duende adalid de la gracilidad al ogro coloso por excelencia: son el alma, su resistencia moral y una mentalidad firme lo que miden y diferencian al honesto del vil villano; y el interior de Grúnik era pura ponzoña.

Los enanos son criaturas recias, en físico y mente. No se doblegan así como así. Viven y mueren entre la piedra y el hierro y de ellos toman su carácter: dureza, fiabilidad, resistencia…por eso los poderes oscuros, insondables en el cosmos, evitan a esta raza. No obstante, algo horrible ocurre cuando se parte la roca y se quiebra el acero. Algunos enanos pierden el camino o nacen con el alma sucia. Grúnik, concretamente, cayó presa de los demonios de la codicia. Cierto es que la relación de los enanos con los metales preciosos roza la necesidad fisiológica, pero en este caso surgía del negro deseo. Grúnik veía el oro como un vehículo del poder.

Eso le llevó a perderse por los tenebrosos rincones de la magia negra y los saberes oscuros. Por suerte o por desgracia, la raza enana estaba impedida en asuntos arcanos, de tal forma que Grúnik hubo de servirse de otros medios: las runas, caracteres fraguados a golpe de martillo y fuego sobre diversos materiales para encerrar pequeñas porciones de poder sobrenatural; nada que ver con las runas de escritura. Como buen enano, su templanza y paciencia eran legendarias, así que supo ocultar sus intereses; para su comunidad no era más que un individuo huraño y solitario, cosa poco rara entre los habitantes de la roca.

Para obtener libros o materias extrañas o prohibidas en el reino enano de Norva –Minarr contactaba con los trasgos yiptios, mercaderes itinerantes. Y así, a base de escapadas al exterior y noches de insomnio, se topó con algo que marcaría su existencia de por vida: una antigua lápida tallada durante la época de La Gran Aflicción.

La losa cincelada en mármol, que compró a un chatarrero trasgo, mostraba el plano de una cámara del tesoro, pero no era una cámara cualquiera. Se trataba de una estancia acorazada empleada por los antiguos enanos de oriente antes de que se produjese la terrible lucha contra el señor elemental del fuego Firmaulth y la consecuente destrucción del reino. Eso significaba oro, gemas y los más poderosos artefactos.

Pero el plano era prácticamente ininteligible, además de tener partes en mal estado que impedían su correcta interpretación; eran runas de escritura muy antigua. Dedicó años al estudio y descifrado de esa lápida. Incluso consiguió ingresar (en el rango de aprendiz) en la Orden de los Escribanos de Brunderbar, una ciudadela subterránea enana; allí se dedican a recoger y compilar toda la información de su raza. Finalmente, tras estudiar mapas antiguos y lenguaje extinto y perdido, consiguió descifrar lo siguiente:

“Aquí yacen los tesoros del Señor del Clan Grombur Franthurleson, Noble Bajo la Montaña y seguidor de Throrkagoden, Señor de los Metales. Que solo un descendiente de mi estirpe con la Marca de Throrkagoden pueda abrir la puerta.”

No perdió el tiempo. Continuó indagando dentro de la Orden de los Escribanos, siguiendo los innumerables censos y registros, desde las migraciones causadas por La Gran Aflicción hasta su fecha. Así dio con Thrórker Franthurleson, maestro de runas de un reputado clan Dvarer de Norva – Minarr. No había tiempo que perder, así que abandonó la Orden de los Escribanos y partió raudo a su encuentro; su mente no albergaba sosiego alguno y el ansia negra bombeaba la sangre de su corazón.

La fragua del maestro se encontraba en lo alto de uno de los riscos de la capital, pues los enanos no soportan bien las altas temperaturas. Al aire, en un formidable balcón rodeado del horizonte, el heredero de Grombur forjaba aceros de increíble factura; el sol y la luna, así como las tormentas y las estrellas, eran testigo de ello.

Así, en una noche negra, se fundió con las sombras de la escarpada montaña y fue reptando sibilino hacia la cima. Hubiera sido complicado colarse, esquivando los talleres interiores y a sus trabajadores. Usaba para apoyarse y trepar una cruenta daga: era larga y afilada, con los bordes serrados y un mango de hueso. Había sido forjada en hierro y templada con la sangre cuajada de un muerto. La ósea empuñadura provenía de una tibia rota robada en un cementerio. Pero lo más espeluznante eran las atroces runas que lucían, verdinegras y retorcidas, en su hoja.

Así el despreciable Grúnik aguardó como una sabandija, imbuido en un halo de negra invisibilidad, en una cornisa. Como una sabandija agazapada, observaba a Thrórker: lo veía trabajar con un ayudante, joven, en la fragua. El noble golpear del poderoso maestro sobre el acero candente y puro en el yunque comenzaba a exasperar al impuro Grúnik; al igual que la penumbra retrocede ante la luz pura, las ánimas abyectas tuercen el rumbo frente a almas venerables. Y así continuó, hasta que el joven ayudante se despidió del señor herrero, el cual continuó trabajando.

Aprovechando la soledad de la víctima, el además cobarde Grúnik saltó desesperadamente sobre el enano del Clan Franthurleson. Pero la prisa y el ansia actuaron en su contra, y Grúnik aterrizó…sobre las ascuas candentes de la fragua. Por supuesto, Thrórker se sobresaltó; intentó echar mano de su martillo de forjar. La garganta de Grúnik soplaba vientos de dolor y angustia, mientras su cuerpo convulsionaba. Manoteando, consiguió salir. La cara estaba desecha, le ardían la cabellera y la densa barba. Sus párpados eran un recuerdo que abrigaba unos ahora ciegos ojos ¿Ciegos? No, quizá no pudiera volver a ver una noche estelar o al viento mecer los pinos en la montaña, pero su consagración a poderes malditos e insondables le permitiría luchar hasta el último momento y lograr su objetivo. Renqueante, se puso en pié; su barba y cabellos no eran ya más que una sucia mancha de rastrojos calcinados. Había perdido la daga, que yacía bajo un banco de trabajo. Los enanos hacen buenas puertas, y este balcón era el más alto; nadie oiría una escandalosa muerte.

Thrórker se abalanzó contra él para descargarle un golpe con el martillo, pero Grúnik lo esquivó, consiguiendo darle la vuelta y saltando sobre su espalda. Como un lobo famélico, sumergió el desecho rostro en los cabellos y barba del noble enano para luego hundir sus dientes en la yugular. El bocado fue terrible. Con mucho esfuerzo, Thrórker se desembarazó de su atacante, arrojándolo contra el pesado yunque. Como una sabandija histérica, Grúnik comenzó a liberar los seguros que ataban al yunque y su tocón al suelo; tenía un pérfido plan en mente.

El herrero lo intentó acometer, pero Grúnik le esquivó rodando por el suelo. Comenzó a correr por la estancia, intentando agotar al buen maestro cuya  barba estaba teñida con la sangre que brotaba abundantemente de su malherido cuello. Mareado, Thrórker trastabilló, momento que el pérfido atacante aprovechó para hacerse con un pesado lingote de acero y golpearle en el rostro. La nariz crujió y Thrórker se fue derrumbando hasta chocar contra el yunque; cayó a los pies de este, boca arriba.

Grúnik se situó en el lado opuesto del yunque respecto del maestro herrero, e hizo acopio de fuerzas. Con esa mole de hierro libre de sujeciones y un esfuerzo sobrenatural, el deleznable paria lo dejó caer. Sonó un crujir de huesos y un desgarrado grito de dolor: el yunque aterrizó sobre la cadera de Thrórker, fracturándola. Yacía prácticamente inmóvil. Grúnik, metódico, buscó su daga. Cuando la tuvo en las manos, saltó sobre el yunque derribado, provocando más sufrimientos en Thrórker, que gritaba con los ojos medio cerrados y desvaído.

Grúnik comenzó a reír; su carcajada era una proclama de la locura, un cacareo infernal y roto, la culminación de su primer paso a la inmensidad de los infiernos y un adiós a la vida. Se arrancó los maltrechos ropajes chamuscados que cubrían su torso y sin mediar un instante más, clavó la punta de su daga en sí mismo; esta, al reconocer un cuerpo, empezó a vibrar y emitir volutas de humo verde y brillante. Maníaco y enajenado, comenzó el oscuro ritual: se arrancó un pedazo de piel informe del pecho, al terminar extrajo la daga.

Chorreando más sangre sobre el derribado Thrórker, saltó sobre él, pisándole los brazos para inmovilizárselos. Agarró su barba con una mano y la cortó con la daga, para verle bien el torso. Arrancó sus ropajes y…ahí estaba. La Runa de Todos los Metales, la Marca de Throrkagoden. Era un tatuaje místico, realizado de padre a hijo en algunas familias muy devotas de Throrkagoden. Aquellos que fueran bendecidos con ella podrían emplear sus poderes para metamorfosearse en presencia de elementales del fuego, sustituyendo carne y hueso por cualquier metal; fue uno de los muchos inventos de la raza enana para intentar hacerle frente a Firmaulth y su legión de fuego.

Pero de nada sirvió en este caso. Grúnik hendió su nigromántica herramienta en la piel de Thrórker; la daga seguía humeando volutas verdes y brillantes que viciaban el ambiente. La horrible y ponzoñosa risa del enajenado villano era ahora coreada por los gritos de socorro del hijo de los Franthurleson. Arrancó el trozo de piel que contenía al tatuaje y lo situó, cual cruento parche, tapando la herida que él mismo se infringió al recortarse su propia materia. La carne comenzó a hervir, la risa maníaca se tornó ahogo desesperado y Grúnik cayó de lado, dejando inerte el cuerpo de Thrórker.


Las fuerzas se estaban nivelando, la abrumadora magia negra abrazaba al casi irreductible poder rúnico del tatuaje. Por unos momentos, Grúnik casi es cobrado por sus demonios internos, pero finalmente la herida se soldó. Ya tenía en su poder la Marca de Throrkagoden. Se puso en pie, dolorido y maltrecho. Antes de perder tiempo o tentar a la suerte, recuperó la daga y se escabulló por una cornisa. Saltó a las sombras y desapareció en la penumbra de los días, urdiendo más crímenes y peores atrocidades.