Con el bolsillo
corto y el ingenio a mano, di a luz este breve escrito como regalo de
cumpleaños para un amigo. Disfrútenlo.
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Siempre se ha
dicho de lugares mágicos, mundos paralelos a la realidad. Atravesar un armario,
un andén o un muro custodiado por un anciano maestro de Kung Fu son formas de
llegar a ellos. Por desgracia, solo en la Mística Inglaterra, lugar propio de
epopeyas mitológicas tales como la de Merlín el Gran Mago de los Pictos, o las
juergas de los Leprechauns, e incluso donde el inquietante Peter Pan se lleva
niños a su isla.
Pero, ¿Qué
ocurre en España? Pues, bien, aquí tenemos nuestros reductos fabulosos, donde a
falta de mitología decente, tenemos un refrito de otros lugares. Y ya que
estamos por innovar, no narraré ninguna caballeresca aventura de un mozo bien
parecido en busca de su amada acompañado de cómicos y entrañables personajes.
No. Hablaré de un ser malvado, pero a la antigua usanza. Hablaré, de Lord
Tinebrius.
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El sol brillaba
sobre los verdes campos que rodeaban la villa de Cutreria. Los labriegos se
encaminaban a sus tabernas después de hacer el vago en el campo y las viejas
puñeteras se dedicaban a chismorrear y estorbar el tráfico de las carretas.
Todo era radiante (y bastante cutre) en la regular Cutreria. ¿Todo? ¡No! Aún
quedaba un reducto de vileza entre tanta mojigatería. Sobre unos cerros
próximos, se erigía la Torre del Malvado Mal. Una construcción retorcida,
desproporcionada y bastante propia del barroco, o algo así. Parecía llevar
deshabitada años, pero nada más lejos de la realidad. Si uno tenía los redaños
suficientes para acercarse y pegar la oreja a su bizarra puerta, tal vez tuviese
la suerte de oír alguna conversación, como la que tenía lugar en estos momentos.
-¡Guiiiiiiiiiido!
¡Guido! ¡Guido maldita sea, donde te metes! ¡Condenado esputo de trol! ¡Asoma
tus picudas orejas por aquí, condenado trasgo! –gritó una figura entera ataviada
de negro, con una capa y capucha negras. No obstante, llevaba unas cómodas
zapatillas de barba de enano, para andar por casa. Estaba sentado en un trono.
Pero no uno de esos incómodos tronos de roca, madera u oro con pinchudas gemas,
no. Un gran sofá de cuero y lana extremadamente mullido, con cráneos de cabra
arriba del altísimo respaldo.
-¡Aquí estoy,
su Malvadísima Ominosidad! Estaba haciéndole su gazpacho para
merendar…-respondió un pequeño trasgo, verde y tan orejudo como narigudo que se
asomó al otro lado de una puerta. Llevaba puesto unos andrajos y un delantal
con el emblema “Kiss the Cook”.
-¡Déjate de
gazpachos, maldita sea! ¿No ves que te estoy llamando, ridícula criatura?
¡Tráeme mi vara mágica, rápido! ¡Vamos, vamos! –la figura se reincorporó desde
su cómoda postura para sentarse al borde de su sillón ancestral. Raudo el
trasgo le trajo su vara. Era del más noble roble, finamente tallada y con una
empuñadura de terciopelo suave al tacto. En la punta tenía una gema verde
engarzada con plata. La figura tenebrosa empuñó la vara fuertemente y azotó
virulentamente y con coraje al trasgo, de improviso.
-¡Eso por
tardar tanto en preparar mi gazpacho, puñetero cagarro de dragón cojo! –espetó
Lord Tinebrius, que era la figura oscura.
-¡Ay, ay! ¡Sí, señor!
¡Golpéeme cuanto..ay ay! ¡Cuánto usted desee! –respondió el pobre trasgo,
arrodillado.
-¡Y tráeme mi
corona! ¡Quiero pasar revista a las tropas!
El trasgo
asintió con extrema cortesía y se marchó rápidamente.
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Tras haber
merendado su rico gazpacho elaborado con hortalizas afanadas esa misma mañana
de la huerta de un pueblerino, Lord Tinebrius se levantó de su sofá. Su fiel
trasgo Guido estaba junto a él, expectante. Los dos quietos. De repenté, Lord
Tinebrius le sacudió un varazo en la boca al trasgo.
-¡¿Eres tonto o
qué?! ¡No esperaras que vaya andando! ¡Cógeme a caballito, pigmeo idiota!
Aaagh…esque tengo que hacerlo todo yo.
Guido se
dispuso a coger a su amo, el cual le azotó repetidas veces para que corriese
más aprisa. Tras bajar los diecisiete pisos de la torre, guido se desplomó en
el descansillo antes de entrar al patio de armas.
-Vamos,
¡gandul! Ábreme la puerta.
-¡Sí, oh su
Destructora e Infame Malignidad!
Guido giró el
pomo con una reverencia y se hincó de rodillas cuando su amo pasó por delante,
para dejarle pasar primero.
Allí, en el
patio, se encontraban todas las fuerzas del mal de las que Lord Tinebrius era
poseedor. Comenzó a pasar revista, caminando muy erguido por delante de ellas.
Guido iba poniendo y quitando dos planchas de oro en el suelo, para que su amo
no pisase el sucio plano de los mortales.
-¡Pero qué
asquerosa criatura es está! ¿Dónde está mi ogro de dos cabezas?
Dijo señalando
a una especie de trol extremadamente delgado. Le moqueaba la bulbosa nariz y
apenas medía dos metros de altura. Estaba encorvado y le faltaban casi todos
los dientes.
-Ehm, ah…verá,
su Oscurísima Pesadilla, el Ministerio de Malas Artes le concedió una beca
bastante…corta. Ya sabe como están las cosas. Así que tuvimos que despedir al
ogro y contratar a este…esto.
-¡Maldita sea!
¡Con esto no puedo aterrorizar ni a media docena de ancianas decrépitas!
¡Seguro que le dieron becas mayores a esos hideputas estudiosos de la
Universidad Maligna! Rápido, sigamos viendo a las tropas, antes de que
desintegre a este prototipo de moco.
Siguió andando,
y llego a su Regimiento de Almas Oscuras.
-¡Oh! ¡Mis
fieles bandidos del mal! ¿Qué tal ha ido esta semana, habéis arrasado muchas
aldeas? Vamos, contadme, mis fieros…¿Eh? ¡Guiiiiiido!
-¿Si, mi Monstruosa
Horripilantez?
-¡Dónde están
mis temibles bárbaros Almas Oscuras! –bramó Lord Tinebrius, señalando a una
treintena de ancianos ataviados con armaduras hechas polvo y armas oxidadas que
se esforzaban por parecer malvados. A uno de ellos se le calló la dentadura y
otros se rieron de él. Uno de los que se reía del viejo desdentado sufrió un
ataque de tos y dejó caer su hacha con un sonoro estrépito, que hizo
despertarse a otro de los ancianos, éste calvo y con bigotes despeluchados, que
estaba apoyado sobre su lanza sin punta.
-Ah, bueno,
verá, es que ahora con esto de las jubilaciones a 70 años cuesta renovar a la
gente y el tema del mal ya no se lleva mucho, su Excelentísima Tenebrosidad.
-Maldita sea, y
encima…-iba diciendo, Lord Tinebrius, cuando uno de los viejos, peinado con una
especie de cresta, los dientes podridos y argollas de cobre en las orejas se
acercó a él y le dijo:
-Usted perdone,
jefe, ¿Podría tomarme un día de asuntos propios?
-¡¿Cómo?! ¡Un
día de…! ¡Aaaaaargh! ¡Desintegratus máximus! –Y tras pronunciar estas palabras,
un rayo de energía maligna y un bonito color púrpura manó de la punta de sus
dedos, y derritió al anciano en un instante, convirtiéndolo en una plasta con
olor a quemado. Del susto a uno de los viejos le dio un ataque al corazón y
cayó seco, también.
-¡Menudo atajo
de sabandijas! ¡Seguro que ya no son capaces ni de violar a una elfa
sifilítica! ¿Sabes que te digo, Guido? ¡Que me vuelvo al sofá! ¡Vamos, aúpa!
Diecisiete pisos y
varios bastonazos más tarde, Lord Tinebrius volvió a dejarse caer sobre su
cómodo sofá.
-¡Guido, tráeme
a los gnomos, rápido! –Bramó Lord Tinebrius, enfadado.
Guido pronto
volvió con un montón de jaulas a la espalda. Puso una mesita de acero frente a
Lord Tinebrius y dejó un mazo de hierro con pinchos al lado del sofá.
-¡Gnomo!
–ordenó el señor oscuro. Guido sacó uno de los gnomos de la jaula, el cual
estaba atemorizado. Lo dejó sobre la mesita. En un instante, Lord Tinebrius
empuñó el mazó e hizo puré al gnomo de un golpe. Guido retiró los restos.
-¡Estoy muy
enfadado, Guido! ¡Gnomo! –Guido volvió a poner otro gnomo, y este fue también
aplastado -¡No hay forma de ser un villano decente hoy en día! ¡Gnomo! –a este
le dio la vuelta como a un calcetín, usando sus poderes arcanos. Quedó hecho un
pegote de músculos quejumbrosos -¡Ya ni ejército tenebroso puede tener uno!
¡Dos, dos gnomos! –a estos dos los derritió con un chasquido de dedos -¡Estoy
hasta los cojones de este mundo! ¿Sabes qué te digo? ¡Que me iré a otro!
-¿A otro mundo,
señor? –Dijo Guido muy sorprendido.
-¡Sí sí, a otro
mundo! ¡Estoy harto de este! –Lord Tinebrius se puso en pie rápidamente y
prendió en llamas a las jaulas con los gnomos restantes dentro. Se fue
corriendo a su laboratorio con Guido siguiéndole.
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El laboratorio
era su estancia principal de la torre. Estaba lleno de instrumentos arcaicos.
Infinidad de frascos de cristal de todas las medidas, alambiques de diversos tamaños,
estanterías repletas de libros y tarros llenos de cosas repulsivas. También un
altar y un fuego donde había un gran caldero.
Lord Tinebrius
había pintado símbolos extraños sobre el altar. Eran como cinco líneas
paralelas con una especie de dibujos parecidos a un renacuajo, con una cabeza y
un rabo, además de otros más retorcidos, dispuestos sobre las líneas o entre
ellas.
-La Tierra, sí,
la Tierra, será un buen lugar.
-¿Está seguro,
señor?
-¡Claro que sí,
pardiez!
-Pero ya conoce
las normas del Tránsito Astral. ¡No llegará tal y como es usted ahora! Primero
nacerá como un habitante más de ese mundo aburrido, ¡será un bebé!
-¡Crees que soy
tan idiota como tú, insecto parlanchín! ¡A la Tierra he dicho!
-Pero es muy
grande, su Señoría Avernal. ¿Adónde irá, a EE.UU?
-¡Ni loco! Allí
hay cosas más terribles que yo, como la cadena Fox o esa política de vida
basada en trabajar duro. ¡Una pena! Lo del racismo me gustaba.
-¿A Asia, tal
vez? Hay mucho terreno por dominar.
-¡Pffuá! Ni
loco. Me ponen nervioso esas miradas tan ridículas. Menudos ojos de idiota, tan
chiquititos.
-¿Entonces? ¿A
Alemania?
-Ojalá, ojalá.
Pero ya hubo hace poco un gran dictador, un aficionado realmente. No quiero
levantar sospechas.
-Pero,
entonces, ¿A dónde?
-¡A España!
-¿España, señor?
-Sí, es el
lugar idóneo. Se divierten viendo como matan toros en una plaza. Además, la
población es bastante burda y manejable, lo cual es excelente. Hay castillos
bastante aprovechables. ¡Y muchas viejas puñeteras a las que defenestrar!
Ahora, Guido, todo está listo –los símbolos del altar comenzaron a relucir y a
envolver a Lord Tinebrius- ¡Probaré una de esas cosas llamadas Paulaner en
cuanto pueda!
-¿A mi salud
señor?
-¡No, idiota, a
la mía! ¡Muajajajajaja…
Y Lord
Tinebrius desapareció en un vórtice de rayos y luces en el día vigesimosegundo
del octavo mes de un año perdido en la memoria de los habitantes de Cutreira,
que resultó ser el año 1993 de nuestra era terrestre.